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domingo, 25 de junio de 2017

"The handmaid´s tale", una estremecedora distopía teocrática



Acabo de ver el final de la primera temporada de "The Handmaid’s Tale" (El cuento de la criada), basada en la novela homónima de Margaret Atwood, y se me agolpan las palabras a la hora de hablar de esta serie que se ha convertido en uno de los grandes estrenos, en una de las grandes sorpresas de la temporada. La serie es dura, no es fácil de ver, incomoda por lo que nos plantea: la serie nos describe con singular maestría un futuro distópico en el que los Estados Unidos, tras haber sufrido una catástrofe medioambiental ha caído bajo una dictadura teocrática, la República de Gilead, bajo el dictado de los llamados "Hijos de Jacob", un estado autoritario de clara influencia ultrapuritana, que hace una interpretación cuasi "yihadista" de la Biblia, un autentico régimen de terror religioso-fascista. Las pocas mujeres que son capaces de concebir son convertidas en "criadas", cuyo único fin es el de procrear para   la clase dirigente. Son por ello, violadas una y otra vez, por el señor de la casa ante sus esposas, en un acto que llaman "La Ceremonia".

Todos los ciudadanos viven bajo  la opresión de este  régimen fanático. Todas las desviaciones morales o disidencias políticas son severamente castigadas con la mutilación (un brazo, un ojo, los genitales, etc) o la muerte, por ahorcamiento o lapidación,  por tribunales sumarísimos en los que no hay lugar para la defensa o aún menos la presunción de inocencia. Las mujeres carecen de derechos, no pueden trabajar ni disponer de propiedades. Los hombres que no pertenecen a la clase dirigente también trabajan como siervos y no pueden tener pareja sin la autorización gubernamental. Hay espías que son conocidos como "Ojos" al estilo de los miembros de la Gestapo nazi. Los saludos tienen siempre alusiones religiosas, como si el mundo se hubiese convertido en una oscura y cerrada secta ultracatolica. 

La serie cuenta la historia de June, rebautizada por el régimen como Offred (en otra muestra de aniquilación de la personalidad), una mujer que  vivía una vida normal, trabajaba en una editorial, llevaba una feliz existencia junto a su pareja y su hija. La serie comienza con la  fracasada huida de June a Canada, con su pareja y su hija, y digo fracasada porque la hija le es arrebatada, su marido es presuntamente asesinado a tiros y ella es convertida en una "criada". Solo la esperanza de volver a ver su hija le da fuerzas para sobreponerse, para no suicidarse y seguir viva. Vive en casa de uno de los comandantes del régimen, aterrorizada, por lo que soporta cada día, ocultando cualquier signo de disconformidad o rebeldía. En los primeros capítulos se combinan escenas del pasado y del presente donde se hace más patente la brutalidad del régimen y el valor de la libertad perdida. Se pone de manifiesto lo fácil que es perder la libertad, casi de un día para otro,  por parte de  la población si se deja el camino libre a este tipo de grupos fanáticos totalitarios. En la serie, más de la mitad de la población, todas las mujeres,  pierden todos sus derechos, de un día para otro, incluso también los pierden buena  parte de los hombres,  derechos conquistados  a lo largo de centurias en nuestras democracias occidentales.   


La serie lejos de quedarse en un ejercicio de ficción distópica lejano asusta e incomoda porque está muy cerca de lo que podemos vivir en algunos países aterrorizados por el terror yihadista o por lo que puede pasar en nuestros democráticos y laicos países, lease Europa o Estados Unidos, si un régimen fanático religioso se hiciese con el poder bien a través de un golpe de estado, como el que dieron en la serie, o bien de manera democrática, ahí tenemos los alarmantes progresos de las fuerzas demagógico-populistas de Estados Unidos y Europa. La serie es tan rica en detalles que podría escribir decenas de páginas sobre ella pero no me gustaría olvidarme de algunas cosas, como por ejemplo, en los primeros capítulos, la destrucción de las viejas catedrales católicas por el régimen,  como si el fanatismo de éste no admitiese ninguna otra interpretación religiosa, o como, salvo el caso de algunos siniestros personajes, incluso parte de la clase dirigente parece abrumada por el propio régimen que ellos mismos posibilitaron. Esa misma clase dirigente mantiene bajo una conducta hipócrita y farisaica burdeles donde satisfacer sus más bajos instintos.  

La serie está magníficamente dirigida, con un hábil sentido del ritmo y los climax. Chocan esas imagenes, de tonos amarillentos, un tanto bucólicas, llenas de tristeza y melancolía, de las criadas, junto al río, con los cuerpos colgando, junto a las muros, como si los talibanes o yihadistas se hubiesen colado en un irreal cuadro más propio  de finales del  siglo XIX que de un distópico futuro. No se olvida fácilmente  el  vestuario sobrio pero impactante de las criadas, con sus tocas blancas y sus capas rojas que eliminan todo rasgo de individualidad y feminidad. que me recordaron a los hábitos de las religiosas. ¿Y que decir de la interpretación¿. Elizabeth Moss, sostiene ella sola toda la serie, y muestra apenas con un gesto, con una mirada, una capacidad enorme para transmitirnos y hacernos sentir lo que ella siente en cada uno de los momentos: su miedo, su impotencia, su desesperación. Aunque también son impresionantes los trabajos interpretativos de la señora de la casa y sobre todo de la odiosa tía Lydia (Ann Dowd), la cruel gobernanta encargada de la educación de las criadas. La temporada termina con un maravilloso y liberador gesto de rebeldía liderado espontaneamente por nuestra protagonista que le conducirá a un desconocido y oscuro futuro quien sabe si de muerte o mutilación o de libertad y esperanza. La solución: la próxima temporada.


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